El que lo encontró fue un marinero que se llamaba Danny Boodman. Lo encontró una mañana que todos habían bajado, en Boston; lo encontró en una caja de cartón. Tendría diez días, no más. Ni siquiera llorabam estaba callado, con los ojos abiertos, en esa caja. lo habían dejado en el salón de baile de primera clase. Sobre el piano. Sin embargo, no tenía cara de ser un recién nacido de primera clase. Ese tipo de cosas las hacían, por lo general, los emigrantes. Parir a escondidas, en algún lugar del puente, y luego dejar ahí a los niños. Y no por maldad. Era miseria, miseria pura. Un poco como el cuento de la ropa... subían con el culo al aire, cada uno con su traje raído por todas partes, el único que tenían. Luego, sin embargo, y como América es siempre América, los veías bajar al final, todos bien vestidos, incluso con corbata los hombres, y los niños con unos blusones blancos... en fin, que sabían lo que hacían; en esos veinte días de viaje cosían y cortaban, al final no encontrabas ni una cortina ni una sábana en el barco, nada: se habían hecho el traje bueno para América. A toda la familia.
(Novecientos. Alessandro Baricco)
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